Internet y el rechazo del engaño aimara

Tal vez menos odiosos que los afiches pegados con engrudo en postes callejeros por candidatos al banquete de cargos directivos de una cooperativa local, que alardea de ser la marca más importante de la región, hace un tiempo la ciudad amaneció pintada de graffitis enigmáticos: “rechaza el engaño”.

No sé a qué engaño se referían. Porque los hay, y muchos, en la coyuntura actual. Y aunque canse mi cantaleta, redoblo a contrapelo de la telenovela rosa con que la boda de Ternurita y Q’ananchiri inundó el hogar boliviano. Falta nomás la versión pobretona del film “William y Kate”, que seguramente estará en planes de un Jorge Sanjinés degradado por adular el indianismo aimara.

Tampoco sé si la marca más realzada de la región puntea en calidad y precio de Internet. Resalto que un spot televisivo suyo, sobrepuesto a la apurada sobre el avisaje del país que manda la señal, ofrece media docena de planes con variada velocidad de subida y bajada, y, claro, pagos atados a los kilobytes con que la computadora acogerá la información que ofrece, gratis, la carretera cibernética.

Pero el país tiene el Internet más caro y más lento de América Latina, región de por sí rezagada comparada con otras en el planeta en cuanto a la brecha digital se refiere. Es desastroso, pero “el costo promedio de conexión a Internet de un megabit por segundo (Mbps) en Bolivia equivale al 78% del salario mínimo nacional. Los cibernautas bolivianos pagan 40 veces más que los navegantes franceses y hasta 100 veces más que los coreanos. Bolivia ocupa el puesto 127 en el ranking mundial de utilización de Tecnologías de Información y Comunicación (TIC), de un total de 142 países”.

En la penosa compañía de Venezuela (107), Paraguay (111), Nicaragua (131) y Haití (142), entre 40% y 50% de la gente accede a Internet, pero solo entre 2% y 3% de los hogares bolivianos cuenta con el servicio. ¿Quién lo dice? Pues el director de la Agencia para el Desarrollo de las Sociedades de la Información en Bolivia (ADSIB), cuya existencia ignoraba, pero que al acatar órdenes de la Vicepresidencia, estos días quizá anduvo ocupado con un evento folclórico, y asegurando que la señal televisiva llegue al Tipnis, donde han repartido antenas parabólicas.

Si de engaños se trata, ahí está la consulta póstuma, no previa como establece la Constitución, con que el Gobierno pretende borrar con el codo lo que el Presidente firmó con la mano, referente a la carretera que asesinará el Tipnis, que no me canso de repetir que es el Territorio Indígena y Parque Natural Isiboro-Sécure, de por sí ya herido con punta de lanza roma que es el llamado Polígono 7 de invasores cocaleros.

Ahí están los cantos de sirena del Evo Morales “buenito” que se abre a dialogar con productores agrícolas de Santa Cruz como estrategia preelectoral, luego de ponerle cortapisas a precios y a exportar sus productos, y, para colmo de males incultos, embutir en un solo saco de flojos a los cambas, japoneses,  collas, menonitas y uno que otro brasuco, que han hecho de esa región la locomotora productiva de Bolivia. La situación me recuerda al mozalbete dañino, que abate de un hondazo al pajarito que trina en un árbol, luego le sopla el culito para revivirle.

Bolivia ocupa el último lugar en seguridad alimentaria en América Latina. ¿Comeremos alimentos naturales con salsa de misticismo aimara? Porque el Canciller y primado pachamamista anunció, no el cese de evadas verbales presidenciales que tienen crispadas las relaciones diplomáticas con varias naciones hermanas, sino el inicio el próximo 21 de diciembre, solsticio de verano, “de la fiesta espiritual y cósmica cuando el Gobierno reimpulsará el llamado proceso de cambio”. Será el “fin de la alimentación artificial” y “el comienzo del willkaparu y del mocochinchi”, dijo. Estoy jodido si el ron nicaragüense que gusto con agua y un chorrito de líquido negro del imperialismo, al estilo de Campeche en el sur mexicano, me afloja la barriga con refresco de durazno seco hervido de Cochabamba en vez de Coca Cola.

Remató el Viceministro de Descolonización, indicando que se debe relanzar el proceso el próximo 21 de Diciembre, “con un toque auténtico, que no esté esquematizado ni en marxismo ni en leninismo, sino que responda a nuestra identidad cultural”. ¿No será que la identidad cultural de la que se habla es la hegemonía aimara que se ha propuesto colonizar Bolivia?

Porque la identidad cultural aimara no es la mayoría mestiza del país y de América Latina. Me lo recordó un cedé de la Orquesta y Coro de San Ignacio de Moxos, “Tras las huellas de la Loma Santa”, donde la musicalidad mojeña encontró cauce a la inmortalidad en miles de partituras preservadas en el amargo peregrinar de los herederos del Gran Paitití hasta lograr su propio territorio en el Tipnis. Fueron compuestas con la batuta de Jesuitas europeos, fueran austríacos, italianos o españoles, en las Misiones jesuíticas.

La sutil mezcla de canciones guaraníes, como “Tata guasu aña retamengua”, el villancico navideño “Morenito niño”, la “Exaltate regem regum” con su aria en trinitario “Betu pico”, el canto trinitario “Señora doña María”, el majestuoso “Machetero trinitario” y diversas sonatas innominadas de las que por lo menos una debería honrar a Nemesio Guaji, en honor de un héroe de preservar semejante acervo, son muestra del mestizaje cultural de los indígenas de las Tierras Bajas bolivianas, que quisieran desdecir con el barniz aimara de la retórica oficialista.// El Día

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